Consciente de que su situación se asemeja a la del jabalí atrapado en un lazo, que cuanto más intenta escapar más se estrangula, Juan Cuenca ha optado por quedarse quieto. Cuando a finales del pasado mayo fue detenido, como principal sospechoso del asesinato de Ingrid Visser y Lodewijk Severein, su primera e instintiva reacción fue la de intentar escapar de la trampa. Admitió todo aquello que le resultaba imposible negar -había pedido a María Rosa Vázquez que alquilara la 'Casa Colorá', había llevado a los dos supuestos sicarios rumanos desde Valencia hasta el alojamiento rural, había pedido a su amiga que condujera a los dos holandeses hasta ese lugar...-, pero añadió que después se había marchado y que nada había vuelto a saber de la suerte corrida por la pareja. Y explicó que tres días después, el miércoles 15 de mayo, regresó a la 'Casa Colorá' y se encontró con los dos cadáveres, que habría ayudado a enterrar. La responsabilidad de los asesinatos la volcó sobre el empresario de las canteras Evedasto Lifante, con quien había coincidido años antes en el Club Voleibol Murcia 2005. «Era a él a quien se esperaba en aquella casa», señaló.
Con ese primer intento de quedarse fuera de la trama no hizo sino apretarse el lazo en torno al cuello, pues los datos del posicionamiento de su móvil acabaron más tarde situándolo de manera casi permanente, a lo largo de los tres días, en el escenario del crimen.
Desde entonces no ha vuelto a hablar. Bien aconsejado como debe de estar por sus abogados, Pablo Ruiz Palacios y José María Caballero Salinas, se ha venido acogiendo a su derecho a no declarar cada vez que ha sido citado por la titular del Juzgado de Instrucción número 2 Molina de Segura, Olga Reverte, que instruye las diligencias sobre el doble crimen. El objetivo de ese reiterado silencio, en apariencia, es evitar nuevos deslices y que algunas de las excusas o coartadas que acertara a formular pudieran verse más tarde desmentidas por datos de la investigación.
Por otro lado, Cuenca y sus letrados tienen muy presente que los dos presuntos sicarios, Valentín Ion y Constantín Stan, no han dicho hasta el momento ni esta boca es mía. Un elemento muy a tener en cuenta, pues de su testimonio, que tendrán que ofrecer antes o después, puede depender en buena parte la suerte que corran algunos de los imputados, como los presuntos encubridores o colaboradores en el crimen Serafín de Alba y María Rosa Vázquez. Las palabras de los rumanos podrían ayudar a mejorar, o a empeorar definitivamente, en función del cariz que tomen, la situación procesal de Cuenca.
Puestos a especular, esas manifestaciones, que tendrán que ofrecer en cualquier caso antes de que se sienten en el banquillo, podrían incluso suponer un nuevo quebradero de cabeza para el también imputado Evedasto Lifante, o acaso contribuir a su exculpación definitiva. Hasta ahora, los indicios que existen contra este empresario resultan bastante inconsistentes.
Una partida de ajedrez
Lo cierto es que la instrucción del 'caso Visser' se ha convertido, en estos momentos, en una especie de tensa partida de ajedrez: todas las piezas están ya sobre el tablero y cada uno de los imputados espera el movimiento del otro para decidir la siguiente jugada.
Quienes mejor están manejando los tiempos hasta el momento son, curiosamente, los dos rumanos. Aunque es probable que ni siquiera hayan pretendido manejar nada y que, simplemente, no hayan tenido mejor opción que la de quedarse mudos. Lo cierto es que el hecho de haberse enrocado desde el primer minuto en el silencio se ha convertido en su mejor baza y, aunque las pruebas existentes en su contra son innumerables y a priori lo tienen muy crudo para salir con bien de este asunto, han acabado al menos por situarse en una posición de dominio respecto de los otros imputados.
Tanto es así que por la prisión de Sangonera, en la que están ingresados, lleva unos días corriendo la especie de que los dos presuntos sicarios han puesto a la venta su testimonio. Y hasta se apunta una cifra: 150.000 euros.
Probablemente el asunto nada tenga de cierto, pero algunas partes del proceso consultadas por este periódico admiten que el rumor ha llegado hasta sus despachos.
Los testimonios de los distintos imputados van a cobrar, a partir de ahora, el mayor protagonismo, aunque solo sea para enredar más la ya liada madeja. La investigación policial -coinciden todas las partes consultadas por 'La Verdad'- está agotada y la judicial no va a deparar, de manera más que previsible, ninguna novedad de cierta relevancia. Los personajes principales y los datos básicos de la trama están sobre la mesa; ahora solo falta ver cómo se desarrolla el argumento y, sobre todo, qué desenlace acaba teniendo el asunto.
Las perspectivas no son en absoluto halagüeñas. La investigación tiene muchos agujeros, advierten tanto fuentes próximas a las defensas como a la acusación, pues son innumerables las cuestiones que no se han esclarecido o sobre las que se ciernen densas sombras. Nada se sabe, por ejemplo, de la identidad de una cuarta persona a la que Paquita, la dueña de la 'Casa Colorá', vio en un coche junto a Juan Cuenca en la mañana del martes 14, cuando se supone que Ingrid y Lodewijk ya habían sido asesinados y aguardaban a ser descuartizados. Esta testigo lo describió como «un individuo de unos cuarenta años, de pelo moreno pero en más cantidad que el antes mencionado (Cuenca), piel blanca y complexión normal» y que llevaba una carpeta o portafolios sobre las piernas.
Nada se sabe, asimismo, de las razones por las que Juan Cuenca hizo dos viajes a Valencia de ida y vuelta, de madrugada, entre los días 13 y 15 de mayo, en que se cometieron los asesinatos y fueron desmembrados y enterrados los cuerpos.
¿Hubo un autor intelectual?
Tampoco se ha establecido si existe un autor intelectual de los crímenes y, lo más preocupante de todo y lo que posiblemente mayor dolor acabe causando a las familias, ni siquiera existe un móvil que explique claramente las razones del espantoso suceso. «Ni se sabe por qué los mataron, ni se va a saber», advierte uno de los letrados del caso.
Aunque en el sumario existen datos que prueban que existían algunas diferencias entre Juan Cuenca y Lodewijk Severein por motivos de negocios y por la ficha impagada a Ingrid Visser por una temporada en el club de voleibol, esas razones parecen insuficientes para explicar tal carnicería. «Y puestos a especular, si había una razón superior, mucho más grave, como asuntos de mafias y así, nadie la va a desvelar ya, porque a ninguno de los imputados iba a beneficiarle», razona la misma fuente.
Todo apunta así a que el llamado 'caso Visser' se cerrará sin un móvil 'oficial' que permita convencer a todo el mundo. Será la imaginación de cada cual, hasta donde quiera llevarla, la que fije los límites.
Fuente: la verdad.es